Buenos días y bienvenidos un día más a Decídete a leer.
Ya hace un mes de mi última publicación y tenía ganas de
enseñaros uno de los relatos que escribí para la clase de literatura. Es
posible que el texto se aleje un poco de lo que he escrito anteriormente y que
a muchos os parezca un tanto sórdido. Aun así, os lo dejo por aquí para
juzguéis por vosotros mismos.
Por cierto, pronto colgaré otro post comentando los libros
que leí en el mes de febrero, pero ya os adelanto que no han sido gran cosa.
Espero que disfrutéis del relato y que os animéis a visitar la próxima publicación.
Un saludo.
CADA NOCHE
Escuché cómo bailaba la llave en
la cerradura de la puerta, entrechocando una y otra vez contra su escurridizo
objetivo. Los improperios llegaban desde el otro lado como un balbuceo entrecortado
de rabia y odio.
Me levanté del sillón y corrí
hacia la cocina en busca de mi madre. La encontré totalmente hierática, de
espaldas, como si el miedo la hubiese paralizado y no fuera capaz de moverse.
Al acercarme a ella, pude apreciar cómo las lágrimas resbalaban por sus
mejillas y caían sobre la encimera de manera continuada, mientras, su mano temblorosa
agarraba con imprecisión el cuchillo con el que acababa de destripar un
maloliente pescado.
—Mamá… —imploré con los ojos
llorosos.
Me agarré con fuerza a su regazo con
la falsa esperanza de poder librarme del infierno que sufría en esa casa cada
noche. Sabía que si conseguía abrir la puerta no lograría escapar de él. Mi
instinto me decía que por nada del mundo debía soltar aquel delantal que me
proporcionaba un mínimo de esperanza. Ella era lo único a lo que podía
aferrarme, mi única protección.
La llave comenzó a girar dentro
del cierre metálico provocando que mi madre saliese de su estado shock. Abrió
los ojos de manera desmesurada, con la cara desencajada se agachó hasta mi
altura y me susurró en tono imperativo que bajase sin hacer ruido al sótano,
que cerrase la puerta y no saliese hasta que bajase a buscarme.
Las piernas me temblaban de tal
manera que no podía dar ni un paso, miré a mi madre asustada y me agarró tan
fuerte por los hombros que tuve que reprimir un gemido de dolor.
—¡Baja te digo!, y no subas hasta
que yo no vaya a buscarte.
La expresión de su cara era tan
terrorífica que no me atreví a soltar ningún tipo de réplica. Bajé tan asustada
que las piernas me flaqueaban, creí que en cualquier momento fallarían y me
precipitaría escaleras abajo. Temía por lo que a mi madre pudiera sucederle, mi
padre la emprendería a golpes con ella cuando no me encontrase en la casa. Solía
dejarla inconsciente, cuando veía que dejaba de emitir sonido alguno, empezaba
a gritar mi nombre con un odio desmesurado, podía sentir la rabia que le
impulsaba a buscarme. Si me encontraba, me agarraba con violencia arrastrándome
a la habitación. Solo de recordarlo me dolía el cuerpo y conseguía que me
encogiese como una bola en mi previsible escondite.
Todo estaba en silencio hasta que
el portazo de la entrada principal me sobresaltó y provocó que mi respiración
se agitase, mi cuerpo se estremeció sabedor de lo que significaría que mi padre
me encontrase allí escondida. Empecé a sentir un sudor frío, mientras intentaba
oír lo que estaba sucediendo arriba. Pude reconocer la voz ronca de mi padre
preguntando dónde me encontraba, ansioso, como siempre que llegaba por la noche
en ese estado.
—Hoy la he mandado a dormir con
su abuela —respondió mi madre con el tono más convincente que pudo.
Casi pude sentir cómo se tensaban
los músculos del cuello de mi padre cuando profirió un grito de rabia que se
impuso sobre el silencio sepulcral que reinaba en la casa. Las palabras
amenazantes salían despedidas de su boca con un odio sobrehumano, y el chirrido
de una mesa al ser arrastrada resonó sobre mi cabeza.
El primer golpe sonó como un
plato roto, le sucedieron los gritos desgarradores de una mujer suplicante. Los
golpes se sucedían encima de mí sin parar, acompañados de insultos descargados
con una rabia incontrolable. Estaba tan asustada que no podía dejar de llorar.
De pronto, la estancia quedó
sumida en el más absoluto silencio, agucé el oido y pude escuchar unos pasos aproximándose lentamente hasta la entrada de mi escondite, me refugié cuanto pude para que no pudiese
encontrarme. La puerta del sótano se abrió con fuerza y me llevé las manos a la
boca instintivamente para que no escuchase mi respiración. El primer escalón
crujió con la presión de una pisada, mi corazón comenzó a latir tan rápido que temí
que delatara mi posición. No podía contener los sollozos que brotaban de dentro de mí y
mi respiración era cada vez más intensa. Creí reconocer un jadeo entrecortado y
todo mi cuerpo se estremeció, quería que se fuese, que acabase con todo el
dolor que nos había hecho sentir, quería saber dónde estaba mi madre, qué es lo
que le había hecho.
Una voz dulce y nerviosa acarició
la quietud del sótano.
—Lindsay, sal cariño, tenemos que
irnos, corre.
Salí de mi escondite totalmente
empapada de sudor y los ojos hinchados de tanto llorar. Vi a mi madre
reclinada, con una gran inflamación en su ojo izquierdo y llevándose la mano al
costado. Corrí hacía ella, me tendió la mano, y subimos las escaleras tan rápido como pudimos, al pasar frente a la cocina pude ver a mi padre, tendido
boca arriba, en la más absoluta quietud, con el cuchillo que antes había
servido para limpiar las tripas del pescado clavado sobre la boca de su
estómago.
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